Y te enviaré mi canción:
“Se canta lo que se pierde”,
con un papagayo verde
que la diga en tu balcón.
Otras canciones a Guiomar VI.
¿Por que esas notas que me llegan del aire
me entristecen?
¿Quizá sea porque las vibraciones que las consisten
despiertan ciertas reminiscencias..?
¿Será quizá porque de bebé aprendí a llorar
ciertos sones, o el aire que los llena?
¿Quizá fuese que el momento que dio tiempo
a una pérdida fue aparejado, sin yo saberlo,
de una determinada música?
¿Fuera quizá unas palabras de mi madre,
de esas que apuntalaban su eterna melancolía,
las que se enyugaron a unos acordes a lo mejor
imaginarios, que pululan las arterias de mis
pensamientos para verterse si fuera necesario
sobre aquellas experiencias que se prestan
convenientes?
El caso es que vino a mí esta reflexión de improviso,
mientras tejía palabras en el iris de mis lecturas,
y la anoté en mi vademécum para convertirlas
en un escrito —como este que termina—.