De su sonrisa, su cuerpo siempre leyendo,
yo me quedo que su oro es pecho hueco,
porque la rubia es vulgar y quedo seco
sin respiración, nada me atrae su horrendo
pelo. Que su codicia eterna, dudar un instante
me es imposible, sus heridas yo no doy vida,
ni tampoco es que sea ese oro ni sea vivida:
que ni es suyo el mañana ni yo la quiero radiante.
No reinas el canto ni turbas el misterio,
que dulce extranjera seas sólo mis dolores,
que yo, en mi perdido hogar, eres más adulterio
que descanso. No te quiero, ni mis amores,
alma mía, es yacer. Sencilla, tumba fría
no me arrastra tu beldad, sino pena compañía.
NACHO REY