Vuelve la brisa
y el viento del nordeste
desde los mares.
Pero sus besos,
igual que sus caricias,
siempre han estado.
Aquí estuvieron,
vagando, libremente,
sobre las playas.
Nunca se fueron
a cárceles y a casas
a confinarse.
Y es que la brisa
no sabe de barrotes
ni mascarillas.
Sus besos, libres,
recorren los rincones
más pintorescos.
Buscan al hombre,
al rostro sudoroso
y al dolorido.
Llevan caricias,
ternura de sus labios
y una sonrisa.
Llevan la paz,
y en ella la bandera
de la esperanza.
Rafael Sánchez Ortega ©
26/07/20