No esperes de mí lo que poco tengo.
No esperes no, que siempre te demuestre que te amo.
Siempre te amo.
Tú, mujer, hambrienta de amor, alma desgarrada, pides mucho de mí.
Has de detestarme de a ratos, no te culpo.
Pero es necesario racionar el amor: los besos, los abrazos, las risas, la piel...
Ya que todo lo que se da en exceso nos gasta, y mucho nos deja en nuestros cuerpos: caricias, lluvias y soles, humedad, tierra y arena; Flores que contienen veneno en su aroma, que impregnan en la sangre la locura del amor: es lo que exigen los corazones; que remedió, quieren matarse entre ellos, comiéndose su cuerpo, bebiéndose su sangre, con el amor, el hambre y la sed del otro.
Y nada quieres de mí en tu cuerpo, cuando lejos, quiebre tu voz, se enfríe tu aliento, tu llanto se vuelva vino blanco, y te embriagues de felicidad, olvidando.
Y nada quiero de ti en mi cuerpo, que no sea embriagarme, que no sea tu aliento, que no sea tu risa, y todo de ti como la naturaleza que traes, cuando lejos, triste te esté recordando.
Así que no esperes de mí llenarte. Tú, mujer, hambrienta de amor, sabes que yo, amor mucho no tengo.
Pero cuando los ratos cotidianos te ensanchen el aburrimiento, entonces cómeme.
No esperes amor. Espérame.
Estaré listo para palpar tus labios, correr en tu tierra, oler tu veneno, quemarme en tus piernas, hasta poder beber de ti y recorrer los cortos caminos del amor por un largo tiempo.