Arriba de las columnas talladas
la cobra, por la música encantada,
anhela el serpenteo hasta este campo
donde audaz deslizarse y explorarlo.
Tu construcción, sólida y armoniosa,
mis sentidos y mente congestiona;
y tú, que ahí moras, aún ignoras
los tesoros que desde siempre escoltas.
Tupidos velos, que se van plegando,
desvelan, cautivador, implantado
marfil, que roe la funda de mi alma
y mi tronco, ya desnudo, se inflama.
Oscuro frontispicio me deslumbra;
que sus dos concavidades trasluzcan
azabache y radiante claridad
mi entendimiento podría embotar.
Y está ahí, frente a mí,
se erige con portento
despertando mi anhelo
y azuza el frenesí
que agrieta mi coraza.
Y tú, que ahí moras, abrir querrás
sus puertas a mí y juntos explorar
sus estancias donde quitar, contentos,
el camuflaje de nuestros anhelos.
Y alegres jugaremos desde el alma,
nuestros anhelos, ya sin sus corazas,
se habrán transformado en nuestras virtudes
que todo esclarecerán con sus luces.
Y está ahí, frente a mí,
erguido con portento,
transmutando mi anhelo,
se vuelve baladí,
ya no implica amenaza.
Y ya, mira hacia mí,
pues, desde este momento,
la clave te revelo
donde, cuanto sufrí
a lo eterno me abraza.