No puedo evitar sentir envidia
de aquel desconocido
que te robó la vida
y a quien silente amas;
para quien te conservas
en tu imponente gracia
de mujer tan completa
y estatuaria.
Aquel que allá muy lejos,
quizás en otros brazos
sus caricias regala.
No puedo evitar sentir envidia
y furia y celos,
y aunque el tal no te posea
y quizás nunca lo haga,
pareciera que aquel hombre
te ha robado hasta el alma.
R. Gruger / 1992