Día a día, por misericordia divina. Dios recoge de nuestra tan anhelada agua.
Es almacenada muy conscientemente en las inconmensurables despensas del alto cielo.
Cuando el sediento viento implora, vehemente de este líquido. Dios, levanta las compuertas etéreas. Proveyéndonos del copioso y refrescante rocío.
Bellos manantiales abrazan los sedientos campos, recién arados, logrando embeber los blondos fresnos. Mientras los dorados olmos, se despiden de los rubios collados.
Las risueñas cascadas tan puras como la enamorada novia, se empinan, con su velo blanco, queriendo alcanzar la mirada del novio. Con palabras bellas, como el canto de las aves. Llamándolo para organizar su traje.
Desde el diminuto colibrí, hasta la gran avutarda, todas las aves cantan alegremente sus melodías.
Se agrupan como sinfónicas, elevando hasta las nubes, el más bello musical de alabanza, al Dios de los cielos.
El hermoso gamo se avergüenza, pidiendo a Dios, de su purísima agua, para lavar sus blanquecinas manchas blancas.
Dios le dice; “No son manchas de impureza. Es el sello que te hace única criatura mía.
Eres mi hermoso gamo”.