Entre el vivir y el soñar hay
una tercera cosa. Adivínala.
Antonio Machado
Despierta!!!
Despierto, pero solo si me susurras al oído.
Despierta, despierto, despertaré solo si la caída
de tus ojos me arrastra al próximo despeñadero.
Despierto, despierta, desperté del infame
infierno en el que me sentía dueño y señor.
Me niego a adorar a un dios que no me atañe,
solo me limito a seguir las enseñanzas
que un demonio perdido me insufló
en las entrañas, fue por ti, solo tú.
Milton bien lo supo, y también Antonio.
Quise vivir —contigo—, quise soñar —
antes de vivir— pero me faltaba
el trance, el puente, el vínculo
que hace necesario el inexorable tránsito:
despertar —quise despertar pero no era dable—.
Si quieres soñar despierta hazlo:
solo te lo admito si ese sueño que te pobló
en la inexistencia de la noche lo llevas a pasear,
lo coges de la mano para que te acompañe
al trabajo, al médico, a las compras...
Si tu sueño no traspasa la linde del vellocino
tíralo a buen provecho en el próximo contenedor
—no vale apenas su peso—.
Atrévete, despierta!!, despierto como si la vigilia
fuese pan para hoy y hambre para mañana.
Quiero conservarte en mi retina la eternidad
que dura este instante, frente al pino piñonero
que me mira a los ojos, y me pide prestado...
Sueña!!, suéñate hasta que la arquitectura
de esta madrugada se venza a tu atmósfera.
Deslígate de las maromas del debes hacer esto,
o aquello...
Revélate como hizo ese demonio del que te hablé antes.
Vive!!, sueña, pero entre medias —no a medias tintas—
despierta, y haz.
Llámame!! cuando llegues a Puerto Perico,
si estás dispuesta a llevarme sobre tus hombros
como Eneas a Anquises.