Para qué empujar una intención al vacío si el hablar resuena con su propio ritmo y el andar poético no conoce de números y tiempo más que del presente y el azar. ¿Prodigio? De la estrella dadora y egoísta que impregnó de luminaria al poeta incipiente.
Puedo hablar en susurro o monólogo con llamas en la boca o manantiales de cristal. Puedo desafiar el discurso y la retórica. Sabotear a la metáfora y eludir la belleza sin ahogar la magia que no es más que la elemental palabra que se cuela en la sin razón para calar en los huesos de la espina dorsal y levantar una herida dulce que quema y eyecta aire como un volcán. Qué se yo de poesía, la poesía me sabe a mí y yo lamo sus caderas y rozo el filo de su espalda desnuda. No pretendo nada y todo lo evoco sin causa y con mucho efecto para desgarrar el velo de la hipocresía y zarandear neuronas dormidas y corazones muertos. La vida sabe a poesía, sabe a nubes y desconcierto. A revelación y universo. No pretendo hacer poesía, déjame cantarte al oído con tu propia voz y sin hacer ruido. Déjame estremecer el silencio y retar al olvido que somos.
No hago caso al sentido y siento que me deshago en cada fragmento para volver a reconstruirne en cada intento de esbozar una palabra viva que dé ganas de morir y volver al intento. Prosa, poesía, adverso verso. Déjame contarte un secreto que hace tiempo anhelo. Nada será nunca jamás poesía sin un poeta de nacimiento, aunque sin cuna haya nacido.