Te voy a contar una historia, león,
aquí en esta solitaria playa con sus matices fríos,
desnudos tú y yo,
aunque sólo sirva para disminuir un instante de tu odio;
a esta historia miserable
la investiremos de gesta,
de gesta individual y podrida,
gestada entre el silencio y el cielorraso,
entre los crujidos de la rutina en medio del vacío
y con el deseo como único sol fulgurando al borde
de la muerte;
esta gesta de la nada que te narro
debe ser como una caja terciopelo de perlas carmesí,
que te regalé cuando apenas éramos unos niños,
el azul y el rojo confundidos
en estas sábanas junto al mar
para derramarnos al siguiente día,
este es mi deseo: así como te he cubierto de besos,
así como me he derramado en tu cuerpo viril y cálido,
así,
derramarme y cubrir este panorama desolado
que contemplamos,
en el que estamos inmersos,
mar y silencio,
mar, silencio, distancia, incertidumbre;
anhelo de vuelta los rezumantes de jugos corporales,
tú y yo...
Ya se apagan los últimos neones como emblemas
de un falso mundo luminoso,
ya se fueron los ochenta,
la pandemia desbordó por estos parajes,
alejándonos,
a punto de apagarnos para siempre el primer suspiro
de verdadera pasión,
debilitando el primer diálogo de una noche
repleta de fulgores,
aún deseo sentir que me veas de frente mi cuerpo
todavía tembloroso pálido y desmendrado.
¿Te acuerdas aún de los perros que ladran en las esquinas de mi casa?
lo hacen contra el miedo,
contra esos murmullos del viento y las gentes
que sobrevuelan los callejones
borrando las señas de la muerte, tiempo, eso que transcurre
sin sonetos, cubriendo las ganas
aunque el camuflaje sea perfecto,
continúas añorandome, sigo siendo tu terruña
tu tierra,
tu acampado seguro en donde encuentres cobijo.
Es peligroso, Azu,
que estemos aquí en esta playa baldía
hablando como hablamos
de la muerte,
del amor,
del silencio;
es peligroso hablar así:
yo no sé nada de poesía,
solo me sé a tu lado en esta intemperie,
en los márgenes de esta ciudad
bañados por la luna de neón.