Paseaba por los sueños que surgieron al alba,
los de las horas tempranas,
tibios y tiernos como la leche recién ordeñada.
Paseaba pequeña,
brincando entre las rosas de la abuela,
jugando muñecas a la sombra del naranjal.
Paseaba entre grillos y gatos vecinos
con las rodillas sucias de tierra
Paseaba y cantaba, jugando a la sirenita ataviada de lilas rosadas.
Hasta que llegó la hora de rezar el rosario,
de tomar la merienda de café con pan de manteca.
Mi paseo diario terminó con el día.
Llegada la noche sombría, terminó el juego
Ya es hora, ya es tiempo, que crezca la niña.