Llanto sordo del abatido migrante
que esa nave saturada que parte
quizás muy seguro no vuelva jamás,
ancla de recuerdos, pretéritos, viejos,
enmienda de ausentes cariños promitentes.
Soledad cotidiana el alma le lastima
en la edáfica y lejana tierra adoptiva
veleidosa madrastra febril con tijeras
más sus selectivas rondas de fríos
en cálidas, ríspidas desventuras forzosas.
Magna heroicidad sin lustres de bronces
monumentos rampantes de largos pesares
desde el mimetismo peninsular del cocoliche,
dialecto que sin sublimado carnaval se disfraza
en su dulcinea, acariciante lengua maternal .
Bajaron altivos y aún serenos la cabeza,
para sí crueles desdenes, de oprobios infieles
muy crujiente la cansina espalda laboral
en venta contínua de sempiternas fatigas
desde el solano mercado, al precio más vil.
Vino agraciado maná tal una diosa mujer
y entre ambos, naciente trilogía del amor
resignación bálsamo de las procelosas odiseas
compensando infames cilicios y años de dolor:
-“¡M’ijo ya es un dotor”-