Allí donde comienza la hojarasca,
en la espesura de los altos pinos
hallamos un refugio
para darle al amor un boato íntimo.
Allá en los estertores del verano
hallamos el resquicio
que ocultaba el ardor de nuestros besos
en un claro de luna conocido.
Allí es donde tu cuerpo me entregaste,
atávico rubor de los sentidos,
el tierno tapiz terso y delicado,
tu virgo y su escondrijo.
Allí acaricié el bronce de tu piel,
tus pechos redonditos,
allí la exaltación se hizo deseo,
y el placer en el claro, fue infinito.