Ese dios extorsivo que enajenó mi infancia,
confinando ideales entre difusas cotas,
parece postular con energías remotas
su forzada escolta, tan solo a pura constancia.
La fortaleza del hombre, inyectada en doctrina,
recluye los talentos en simuladas trenas,
somete el albedrío a sus tan forzadas penas,
emboscando sutilmente al que incauto camina.
Gurúes, chamanes, maestros, papas, mentores,
definen los caminos, hacia donde marchar,
imponen yertas sanciones para socavar
los mediocres cerebros, aunque ufanos doctores.
Los eruditos profetas que al dios como llamen,
le endilgan poderes y volición de censura,
le asignan cruel rigor a su arredrante figura
y lo invisten fiscal para su sádico examen.
Los evangelios construyen sus dioses con normas,
un credo que componga algún camino sagrado
que el hombre perpetúa yendo atrás de un cayado
que lo manifieste libre, a pesar de sus cormas.
No es Dios que extorsiona, ni quien encepa la mente,
ni es el que juzga o recluta a los fieles devotos,
tal vez sea el hombre que tras sus fines ignotos
pretenda arengar su grey con empeño obsecuente.
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(Copyright, Noviembre 2019)