Recorro incesantemente el mundo y contemplativo lo he observado desde el asombro y la sorpresa, desde lo alto de las montañas, pero también desde los profundos océanos.
Peregrino y andariego, me encuentro a mí mismo en cada uno de sus recovecos estructurando una geografía en la que el impulso del pasado, la fortaleza del presente, el anhelo del futuro y el dinamismo del instante constituyen mi rosa de los vientos.
Llevo en mí la belicosa voluntad de Camaxtli, la magia de Metlalcueye y la estruendosa fuerza de Tlaloc. Dioses a los que inmolo mi existencia como ofrenda de un visitante en esta tierra: mi hogar.