Una tarde que Dios se entretenía
contemplando la luna que brillaba;
la belleza que el mar proporcionaba,
y las garzas, en loca algarabía.
En su trono, sentado se decía,
que a su mundo tan solo le faltaba,
esa especie que cálida brindaba,
del amor, su mas regia fantasía.
Observó la gaviota solitaria
que volaba serena y muy discreta;
que cantaba de forma pasionaria
como el sueño de algún anacoreta;
Él entonces, con alma visionaria,
dióle vida a la raza del poeta.
Autor: Aníbal Rodríguez.