Habían unas tardes en las que yo miraba el cielo hondo,
y sentía el viento profundo,
y tu esperabas y sonreías y vivías.
Habían unas tardes en las que me mirabas y reías,
habían unas tardes en que las sombras dormían
y el misterio podía continuar.
Había un atardecer de nunca jamás,
un sentir de eternidad,
que ya no es y no será.