De vez en cuando,
ella se acercaba para regalarme un te quiero y una luz.
De vez en vez,
sentía su pequeña mano deslizándose perdurable
hacia mi semblante en plena felicidad.
En mi corazón madera,
tenía astillas agazapadas en una agonía prematura.
Yo no lo sabía entonces
pero su tacto hecho promesas
era un bálsamo de quietud que hasta hoy sigo buscando.
Mario Cid / Del libro Confianzas.