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**~Novela Corta - Tiempo en el Reloj - Parte Final~**

Cuando entre el llanto de Yelena y Hence, se abrazó la vida, el amor y más el dolor común entre las dos. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, se adhirió como imán a la herida y tan profunda como el haber sido herida con el amor entre Augusto de la Roca y ella, Yelena. Y sin saber que a Hence la enamoró en aquella ciudad de alborada llena de sol, y que también la enloqueció de una pasión y de un amor como a la deriva de ese amor perdido en el mar abierto. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, el tiempo en el reloj, quedó como órbita lunar entre ambos dejando unas horas inertes y tan frías como poder esperar lo inesperado en el amor callado, pero, tan herido. Cuando en el combate del amor se ofreció una inadecuada atracción entre Hence y ese amor perdido que la dejó maltrecha y desolada. Y Augusto de la Roca, sólo se enfrió el mal deseo de envenenar el tiempo en camisas de un sólo tiempo, en que el sol fue testigo del amor a cuestas de la rica pasión entre Hence y ese amor oculto que ella a escondidas también amó. Cuando en el tiempo, sólo el tiempo en el reloj se dió una órbita lunar atrapando el deseo y la lujuria y la soberbia de ése hombre, el cual, amó intensamente Yelena del Pozo, y el cual, lo amaba eternamente con una caricia sobre el cuerpo y más sobre la piel misma. Sólo se fue ella, Yelena del Pozo, hacia una forma atrayente en desear lo más pernicioso del cometa sin la luz que atrae el infortunio de ambas de haber perdido a su amor, a su único y verdadero amor. Cuando en el hechizo de ver el cielo mágico y no de tormenta, cuando el tiempo, sólo en el tiempo en el reloj se vió alterado el tiempo en horas inexistentes cuando en la alborada era de noche y la noche llena de lluvia y de un frío eterno como siendo viceversa, pero, no, no era ni fue así. Cuando en el ocaso no se vió como el mismo paraíso lleno de bondad sino de odios adyacentes y de penurias y de opimo alcance cuando el llanto fue acérrimo y ubérrimo como la misma lluvia en decadencia. Y la vindicta, ¡ay, de la vindicta!, una cruel venganza cuando ella, Yelena del Pozo, supo de que su amor era y será el amor de Hence del Pozo. No hubo tiempo, ni condonación ni percepción ni perdón, ni mucho exonerar el llanto tan cruel y devastado y todo por un solo hombre. Cuando en el altercado se vió aferrado como el mismo trance o percance de ver el cielo de gris y de tormenta cuando cayó en derredor en el mismo cinismo entre ambas por saber que fueron amadas y dejadas en soledad y todo por un sólo hombre, y sin saber que era el mismo hombre. El nombre de él, quedó a la deriva marcando un trayecto dentro del mismo interior en el propio fracaso en el mismo desenlace. Cuando en el frío invernal se dió como el mismo instante cuando se sintió en la misma piel, dentro del interior o del colapso en el mismo corazón. Cuando se enfrascó en una sola soledad debiendo abrir el deseo y marcando un sólo trayecto, en la forma de ver el amor en el interior del mismo coraje del corazón. Cuando se electrizó la forma de ver el silencio en opaca luz, descendente, y de inerte luz, tan real como clandestina, como el silbido de un sólo soplo en el tiempo, el tiempo en el reloj. Cuando las horas edifican como el ir y venir tan real como tan clandestino como haber vivido y sin amor. Después de haber dado rienda suelta al amor, fue abandonada, maltrecha y desolada y todo por el mismo amor perdido. Se fue a caminar por el pueblo sola, abandonada y maltrecha, destrozando su corazón de pasión y de amor. Cuando en el instante se dió como cometa de luz en el planeta Tierra. Cuando en la alborada se dió como el mismo sol en cada resplandor, de cada palabra y de un adiós sin cosechar ni petrificar en la mirada o en el corazón. Si se dió una manera de atraer la razón, cuando en la noche se vió como el sol con lluvia, dejando inerte y álgida a la luna de una noche fría y gélida como el invierno frío que acecha al pueblo de fríos temporales. Cuando en la noche se ofreció como la verdad de un nuevo comienzo de un sólo instinto, cuando el capricho se ofreció como vino y pan de una misma mala situación en que el tiempo corría como el tiempo en el reloj. Acechando una vil forma de atraer en el comienzo, cuando en la contienda se da como el ir y venir, pero, sin regresar el amor verdadero dentro del interior del mismo corazón. Si cuando ella, Yelena del Pozo, se vió fría y desolada sólo supo que el desierto mágico se dió como el imperio de un suburbio inventado como el mismo paraíso sin ser un invierno tan frío como el que pasaba por el pueblo. Y Yelena del Pozo, sólo se vió aferrada a un sólo destino y a una cruel venganza cuando supo que el mismo hombre había enamorado tanto a ella como a Hence. Cuando en el altercado de un buen momento, se vió aterrada en un horrible pensamiento, y su psicosis se vió alterada y calculada gélidamente, cuando su psicología fue devastada por ese amor. Cuando ella, Yelena del Pozo, se vió horriblemente en un espejo y el espejo se rompe en mil pedazos en señal por el amor que ella sentía por Augusto de la Roca. Y Augusto de la Roca, ni imaginó ni pensó en ella, cuando se vió aferrado a sus deberes como profesional, laborando por un tiempo, para ofrecerle a ella, a Yelena del Pozo, todo, pero, no, ella sólo pensó e imaginó en que él, sólo al abandoĊ„ó por temor, por miedo y por terror a perderla a ella, a Yelena del Pozo. Y sin saber que el destino era como el camino frío, y sin sospechar del infortunio que traía su pensamiento sobre ese mal amor que la dejó maltrecha y devastada y fríamente callada e inerte como la misma luz. Cuando en el imperio desolado, y triste se vió alterada la forma fría e inconsecuente de ver el cielo sin luz, en plena oscuridad devastando la sonrisa y la poca risa que le quedaba. Cuando ella, Yelena del Pozo, se vió aterrada y aferrada a un sólo tiempo, como el tiempo en el reloj, cuando en el desierto era como el bulbo del reloj de arena y como las dunas abiertas e intransigentes. Cuando en el imperio de la sola soledad, se dió como el tiempo nefasto en que cada una de las partes incongruentes de un sólo espacio se vió inalterada la paz en el mismo interior. Cuando en el tiempo frío y devastado se enfrío el temor y la sola ansiedad de ver el cielo de tormenta. 

Cuando en una noche en tinieblas frías se sintió el frío más de la cuenta en la piel. Cuando ella, Yelena del Pozo, se sintió estresada y ansiosa, y con una ansiedad extremadamente sudorosa, esperando lo inesperado como siempre. Conjeturando siempre que había perdido el amor verdadero y tan único como lo era el corazón. Cuando de repente, inconscientemente tomó una soga del patio donde se colgaba la ropa, como un tendedero de ropa, y se la llevó a la habitación. Hence estaba dormida después de aquella noche clandestina y en soledad y con el llanto entre sus ojos. Tomó la soga apresuradamente, y la colgó de allí, de un madero de cruz por encima de la cama y se ha trepado encima de una silla. La muchacha estaba inconsciente y no sabía muy bien qué hacía o qué podía hacer, cuando en su subconsciente no había ni quedaba nada. Su parálisis psicológica fue de un momento u otro, pero, cuando llegó la psicosis a ella, viendo lo que no era, se decidió en cometer el mal acto. Y la muchacha en aquella espera y tan inesperada, se reflejó el dolor, la herida, y el sufrimiento, en gotas de lágrimas por la espera y tan inesperada de saber que su dolor y su pena se hizo inesperada en verdad. Cuando en el instante se debatía una sola compañía y era la de la soledad triste y desolada. Cuando en el interior del dolor que ella sentía, sólo se reflejó una pena y tan fuerte que era casi inmerecida, cuando ella, sólo Yelena del Pozo, quiso en verdad a su amor de siempre a Augusto de la Roca, el cual, se marchó lejos y ella, en la espera y tan inesperada, sólo se dió una espera alterada de ver el cielo de tormenta cuando no era así. No buscó ayuda, no quiso esperar más, ni la espera inesperada quiso que llegara a ella, no buscó a su prima, no indagó más acerca de ése hombre ni quiso ni creyó más en el amor ciego, de espera e inesperado que pronto le llegó a ella a su vida y que sí, lo amaba más como si lo hubiera acabado de conocer. Cuando el amor se volvió inesperado, tranquilo y sosegado, pero, sin la calma de seguir esperando por él, por Augusto de la Roca. Si el tiempo se dió como el mismo imperio en saber que el deseo se volcó y se fue por donde se vá el amor y llega el mismo dolor. 

En ese mismo momento en que Yelena del Pozo, toma de la soga y la coloca encima del madero de cruz encima de su cama, y llega Augusto de la Roca al pueblo, en esa misma noche clandestina de frío y de gélido invierno. Y ella se fue, por donde el suicidio la llamó, por no soportar más la espera y tan inesperada de esperar por el amor verdadero y único como el de Augusto de la Roca. Cuando en el imperio tan real como el de la impoluta verdad de que no quiso más esperar por el verdadero amor. Cuando en el destino frío se enfrió el corazón y el llanto y la depresión le hizo pensar lo peor: suicidarse. Cuando en el imperio en soledad y en un destino de un sólo camino se dió lo que más quiso el futuro y más el presente, nunca volver a esperar a su amor, el de siempre a Augusto de la Roca. La noche álgida y tan desolada en el pueblo, y Augusto de la Roca, buscó a Yelena del Pozo, entre aquella habitación en penurias donde él mismo la había dejado maltrecha, si él, Augusto la amaba, la quería para bien y no a Hence con la que tuvo un desliz como siendo su propia amante. Y en contra de todo, lo que pasó en el camino o en el destino frío, se identificó como el tormento más efímero, y más postrero, como el haber sido la misma espera y tan inesperada de esperar el amor a flor de piel, y sin ser así. Cuando Augusto de la Roca, llegó al pueblo, pues, el destino los unía como dando calor al frío. Cuando en el convite de sufragar el destino se convierte en un ademán tan congelado como el mismo invierno. Cuando al final del comienzo se debió de alterar lo que comenzó con una sorpresa tan clandestina como el haber sido tan real como el haber sido como el imperio de sus propios ojos, si cuando vió Augusto de la Roca todo aquello en la habitación de Yelena del Pozo, cuando vió la soga hasta el cuello de ella, y ella, Yelena del Pozo, encima de una silla y la cama desarreglada y Hence del Pozo, durmiendo allí también. Si Augusto de la Roca, le grita que -“no”-, a la mujer de la soga, a su eterno amor, y la inesperada sorpresa de que había regresado y todo por ella, y más con dinero para poder una vida feliz, pero, ella no pudo ni soportó la depresión en su corazón y más en su pobre mente de esperar por el amor real y tan verdadero como poder haber regresado por ella, por Yelena del Pozo. Y la habitación mal arreglada, solitaria, y con un mal olor de esos en que la jovencita ni se bañaba, sin olores de primaveras como a ella le agradaba. Cuando en el suburbio de la espera y tan inesperada frontera entre los dos, hubo una contienda o un altercado entre ambos, y fue que él gritó tanto -“no”-, cuando en el ademán frío tomó al cuerpo de la señorita de Yelena del Pozo entre sus brazos, y lo que quiso más fue entregar el convite de rosas preparadas para ella, para Yelena del Pozo, cuando él con lágrimas de dolor tomó a ese cuerpo cayendo sobre el vacío entre aquella cama donde la espera fue tan inesperada cuando en el corazón se sintió como un leve zumbido del silencio que le cayó en el alma a Augusto de la Roca, cuando vió y tomó a ese cuerpo semidesnudo con una bata de dormir y con lágrimas de desesperación y de sufrimiento y de dolor en el corazón, le corrió todo el cuerpo lleno de dolor por el amor de ella, de Yelena del Pozo, cayendo en el imperio de sus ojos y de su “bouquet” de rosas que eran para ella nada más. Cuando en el suburbio de la desesperación se vió como el mismo dolor que le cayó a Augusto de la Roca, cuando en el imperio del amor fue tan dañina la espera de Yelena del Pozo, cuando él no regresaba ni volvió jamás a su vida, pues, se suicidó la muchacha. Y él, Augusto de la Roca, tomó la culpa en su conciencia, pues, todo fue por él. Cuando entre aquella habitación estaba también Hence del Pozo, cuando él, la despierta y le mira la cara sabía que era ella, con la que él tuvo un desliz, pues, la vida da muchas vueltas. Y ella, le propina una bofetada, y si era él el que ella buscaba después de aquella relación efímera, pero, tan llena de pasión y el tiempo en el reloj, sólo prosiguió el tiempo, cuando el destino fue y será como el mismo tiempo con horas perdidas, pero, tan extensas como el mismo tiempo entre aquel invierno solo y tan solitario en ese mismo pueblo por donde se paseó el amor a tutiplén. Cuando al alma le llegó como la primavera de aquel olor de ella, de Yelena del Pozo. Cuando el amor se llenó de magia y pasiones buenas, cuando entre los dos se enamoraron más, pero, tenían la culpa de ese suicido de Yelena del Pozo, cuando en el alma sólo se debatió la espera y tan inesperada del tiempo en el reloj. Cuando en el ánimo y en el coraje de ver y de sentir el silencio se debió de creer en el amor a toda costa. Cuando en el coraje se le advirtió al corazón fuerza, espíritu y más que fortalezas, en el alma devastada por aquel amor que la había abandonado. Y Augusto de la Roca, se fue a amar a Hence del Pozo, cuando su recuerdo era para Yelena del Pozo, y no para Hence, su amor y su corazón de Augusto de la Roca, era para ella nada más cuando le guardó respeto y más que luto, que nadie más sabía de la fidelidad en su alma y más en su corazón. Cuando en el aire les acompañó en esa primavera que había llegado y alejado el frío de aquel invierno álgido que le dejó sólo la muerte en un suicido, el de Yelena del Pozo. Cuando de repente, él, Augusto de la Roca, mira su reloj, sólo reflejó en su rostro el tiempo en el reloj, aquel tiempo perdido de Yelena del Pozo, y tan esperando como tan inesperado su amor tan verdadero el de Augusto de la Roca, el que jamás regresó ni volvió a su habitación y más a su triste corazón. Y dieron las 10:00 de la noche, cuando ella, Yelena del Pozo, siempre miraba el tiempo en el reloj, esperando a su eterno amor, el cual, nunca regresó. Sólo miró el reloj de la plaza donde se halló con Hence y vió a Yelena del Pozo escondida entre las manecillas de ese reloj, si sólo fue el tiempo en el reloj, y no en su corazón la espera del tiempo y por ese amor… y Augusto de la Roca, lo sabía y más sabía que era hora de ir y regresar con ella, con Yelena del Pozo y, también, se suicidó. 

FIN