Estaba la novia,
de frente al ocaso,
de pie en el abismo
del acantilado.
Envuelta entre brumas,
el vestido ajado,
negruzco, manchado,
y el velo un harapo.
Revuelto el cabello
por un viento helado
que ciñe sus huesos
con el lino blanco.
Teñidos de rojo
de sangre, los brazos,
por tener clavadas
espinas del ramo.
Del ramo de novia,
las rosas son cardos,
marchitos sus pétalos
y al suelo tirados.
Tenía el semblante
mortecino y pálido,
de tanto morderse,
morados los labios.
Las miles de lágrimas,
le inundan los párpados
cegando sus ojos,
y al cielo nublando.
Mirando hacia el mar,
espera que un barco,
le traiga el amor
que perdió hace una año.
Mariposas negras,
salieron volando,
buscando la muerte,
de sus ojos glaucos.
Ni amante ni amor,
los lloros en vano,
como mariposa
la novia ha volado.
Por el precipicio
del feroz Cantábrico
la espuma y sus olas,
su amor se llevaron.
Dobló una campana,
a muerto tocaron,
por los dos difuntos
un día de Santos.