He llegado a entender a mi pesaroso tiempo,
ese tiempo plomizo que todo lo limpia, todo lo cura.
El cielo también muestra sus caras,
se llena de nubes, llueve y comienza su canto.
Un coro de grotescos gotones golpeando mi ventana
como lágrimas entonadas, en un acorde con mi alma.
No bastó que el sol
quemara el soluble asfalto donde caminábamos descalzos
parándonos para mirar a la niña que quemaba mis ojos,
pero sin mirarme.
Fué su piel mi eterno desvarío
para una búsqueda encarnizada
de su perfume a rosas frescas
y su aliento jóven, me quemaron a fuego lento.
Tanto la amo, que sin verla,
siento aún el latir de su corazón
con un acorde sin ritmo,
y sus años de felicidad congelarse
con las pausas de la vida,
y yo aquí amando su alma
que la vida convierte en un vagido en el tiempo.
Tengo mi empatía hecha jirones, capaz de mover el mundo
aunque solo sea, para una sutil sonrisa,
o bastará con solo una
y sin sentido.