Alberto Escobar

Sub rosa

 

Ocúltame, bajo el boscaje
de la apariencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Secreto.
Mantén el secreto de tus labios.
Procura que esa rosa penda del cielo de tu estancia,
estancia que muda retiene la calma del aroma,
quieta respira el jadeo interrumpido y cabruno
de lo que debe persistir en secreto.
Tu marido no sabe, no debe saber, si no muere...
Muere de espanto ante la barbarie, la desfachatez
que pregonaría entre los canapés de palacio.
Ese remanso —que fue marco de nuestro nadar—
debe permanecer muerto a los ojos del que no ve,
y vivo en el laberinto minotáurico de nuestro recuerdo.
Secreto.
Dame tu rosa entre el helor hirviente de tus labios,
sonrosa la líbido que perfuma de eter el ambiente,
ambiente donde los dos fuimos fuente quieta,
fuente rebosante de linfa y almendra, tierna
y perecedera, mas no perece al paso eterno,
al paso asfixiante de la arena por el desfiladero
de todos los relojes, de todos los eneros y febreros,
de todos los inviernos que calientes agostaron
nuestros encuentros, nuestros ayeres de vino
y reinos, de tulipán y yeso, siempre preso
de tus recovecos, de tus fervientes desvelos.
Sub vino. Calla todo lo que recibiste
en la confidencia velada de un fino licor,
delator de la ignorancia.
Secreto.
Dámela.