Su nombre es como un trueno
que golpea mi apacible silencio
sin luz previa que lo advierta.
Unas letras alineadas apenas,
que vienen de cualquier parte
y caen sobre mí como una daga,
partiendo en dos mis horas quietas.
Llevo su nombre como una espina
clavada en un rincón de la memoria,
un dolor distraído por la vida,
una pena que se esconde en el olvido.
Una palabra que en ocasiones
el viento trae entre sus dientes,
empeñado en mantenerla viva.
Un nombre que no es el de ella,
que aún no se puede ir,
sino el indecible nombre de él,
que de ella… aún no se ha ido.
No hay en el aire alimento de vida
para el que no sabe que respirar bien
es recibir bocanadas de renovado aliento
para echar fuera todos los restos del día.