Caminé luminosa vereda
de esperanza con senda florida;
y miré del amor infinito,
su cándida espiga.
Conocí siderales espacios
en la luz de las claras pupilas;
y viví de pasión llamaradas,
sensuales, divinas.
Me brindaron los rojos cerezos
de las bocas con miel exquisita;
que llenaban mi numen de bardo,
de cálidas rimas.
Alumbraron mi estancia y mi tiempo
con la magia de frescas sonrisas;
que tenían las auras celestes,
de vírgenes místicas.
La fragancia de gran primavera
me ofreció la ternura mas límpida;
que me diera la gloria suprema,
que ofrece la Biblia.
En los lechos de rosas tejidos
absorbí los alientos de vida;
que ofrecieron la copa sagrada
de eterna armonía.
Y vibraba en aquellos momentos
los arpegios de olímpicas liras;
celebrando con versos melódicos,
el haz de mi dicha.
Y por ello han quedado guardados,
indelebles, con tinta que excita;
esos rostros de mágicas damas,
que mi alma iluminan.
Autor: Aníbal Rodríguez.