En los ojos que se cierran,
los luceros de la cara
si entornados ya no brillan,
son las lunas que se apagan.
O se encienden de repente,
despertando como el alba,
y es abiertos cuando lucen
y fabrican las miradas.
Las tímidas, las esquivas,
las de mejilla rosada
que derriban a los párpados,
las que esconden las pestañas.
De soslayo, las furtivas,
las que dicen lo que callas,
chispeantes y sutiles,
las que a tu lado me arrastran.
O esas tristes y vidriosas,
de lágrimas anegadas,
de las perlas transparentes
que las pupilas derraman.
Circunspectas o vacías,
las perdidas en la nada,
las que seca la locura,
miradas enajenadas.
También las hay cristalinas,
tan nítidas y tan claras
que al mirar lo dicen todo
y te desnudan el alma.
Miradas al horizonte,
en ese punto clavadas,
son limpias y pensativas,
las colmadas de esperanzas.
Poderosas, cegadoras,
retadoras o que matan,
cándidas o desafiantes,
cómplices y vivarachas.
Y sobre todo amorosas,
profundas y apasionadas,
poderosas, seductoras,
las que besan…, las soñadas.