Pasó el viento suavemente
por la pradera llena de ruido
las viejas hacían calcetines
reticentes como reumáticas hilanderas.
La sangre era de mármol, de hierático
sabor metálico; alguien, sobre la silla,
encubierta y vacía, entonó el himno inacabado:
este niño, tendrá su propia casa, y su huerta,
su limonero y su jardín lleno de agua.
Los tendrá, si no se tuerce y endereza.
Pasó el viento como una ceniza heladora.
Dejaron las viejas sus calcetas y sus bromas
de viejas. Pasé yo por el mundo
como una centella sin suerte-.
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