Raiza N. Jiménez E.

Campanella.-

Llegué a ti con las manos vacías y el corazón lleno. Traía para ti todas mis oraciones de hermandad. No sabía, lo juro, que ciertas almas rechazan las bienaventuranzas con la conjura de un pecador.   ¡Perdonarme es mi sino retornar a la vida!   Nada que se entrega sin reparos, se puede recoger. Ya lo dijo Jesús en sus acertadas y piadosas parábolas. Haz de dar a quién está persuadido de las bondades que, el cielo le tiene destinadas para andar su camino.   ¡Quién no se sabe merecedor y lo disimula, se miente!   Dar y recibir debería ser la constante entre humanos. Cuando las balanzas se inclinan a favor o en contra, el desbalance, cobra con fuerza las abundancias o las carencias y cada uno sabe, al final, cuál es su estado.   ¡La equidad en las dádivas sólo garantiza la justicia!   La mano santa de Dios no se hace de la justicia sola. Convencido está el firmamento de los secretos que algunos quieren ocultar y otros quieren mostrar. Al final, la sentencia divina no espera y se impone.   ¡Nada que ocurra en el nombre de Dios nos es ajeno!   Enajenados aquellos que riegan sus odios, en nombre del amor, no conocen el significado intrínseco de amar. Nadie que maltrata lo que dice amar, puede hablar del afecto y la concordia, con la cordura de los ungidos.   ¡Amar al prójimo pasa por haberse amado a sí mismo!   En el escenario de la vida los roles están descritos y se la jugará muy fuerte ,todo aquel que vista el traje que le quede grande o chico, reparar es preciso, para avanzar y caminar erguido a representar su papel en la comedia.   ¡No es útil la seda, en la elegancia de un amante, sin amor!