En esta mesa, el plato vacío
y unos huesos juegan
con una cruz
de algún crepúsculo pendiente;
El tedio esta de fiebre
y el mediodía duele mucho
con su siglo de incertidumbre,
en que se encabritan los sinsabores
de esta casa.
En este laberinto sin tregua
donde todo se vuelve inesperado
y dominio de los pájaros de ébanos
con su vieja ropa,
sufre la mosca el aire estancado
y el sabor insípido de la ausencia,
ahora que el polvo es como una piel
que abraza la paz
de todo lo mutilado de esta vida
¡Ya no están los viejos ni los hijos!
Y truena la soledad en las paredes
que muestran su reverso más tallado
por las cicatrices de la hora aleve
en que nos hicimos cabizbajos sobrevivientes
de una vida agonizante;
¡Ya no está la amada!
Y llueve mucho sobre un montón de tierra.
El amor se hace más fuerte
en la ausencia
y se plasma más cuando estiramos las rodillas
en la sobra del camino que nos queda.
El amor se hace más dulce
llevando una oración
como una hostia de sangre
por nuestras venas laceradas.