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**~Novela Corta - Eco entre el Viento Gélido - Parte Final~**

Si Annette se hallaba totalmente ebria, cuando aquella botella de alcohol no le quedaba ni una gota más en ella. Si se aferró a la dejadez, a la vagancia, a ser lerda y lo más sucio: no bañarse. Annette siempre fue una muchacha ingenua, buena y entre la espera inesperada, pues, se cansó, de esperar y de permanecer en el mismo lugar y de amar intensamente a solas siempre pensando e imaginando de que él regresaría, lo cual, le parecía muy imposible de vivir y en volver a ver a Raúl del Toro, otra vez, cerca de ella. Si Annette, sólo Annette se llevó una gran espera inesperada, cuando el susodicho nunca regresó, pues, el tiempo, y el ocaso fue dejando la puesta del sol muy tranquilo en el cielo para convertirse en una noche mágica y trascendental cuando en el único momento en creer que el regreso de Raúl del Toro, nunca volvería a ella. Cuando ella ebria y desesperada comete la más débil imprudencia de permanecer ebria, pues, él no regresa. Y Annette, pobre Annette, sólo quería amar a Raúl del Toro, cuando de pronto relee, otra vez, una de sus misivas desde el puerto en que se hallaba, cuando ella, Annette, si en el deseo se dió como la misma fuerza en el aire destrozando un eco que llegaba desde algún punto del norte o del sur…, pero, no, sólo ella percibe ese eco desde el repicar de campanas de la iglesia próxima a su hogar, donde se escucha y sólo dejando un eco ensordecedor, dejando a su oír un clásico retumbar de ecos que eran el latir de su pobre corazón, cuando en el alma se escucha como el ir y venir lejos del tiempo, y del ocaso aquel en que se fue con el sol, Raúl del Toro y que hasta el momento no ha vuelto. Se sintió como el fin o de un cruel desenlace cuando Raúl del Toro, se fue o se marchó lejos dejando estéril el corazón de Annette sin amor. Y ese corazón frío y tan álgido como el desastre entre lo absurdo del cometa de luz, dejando el destino cuando se fue y se llevó lo más impetuoso del camino y tan frío: el mismo hielo. Cuando en el instante y en el camino se vió aferrada la luz tenue y tan miserable como la luz en oscuro discernimiento, buscando un altercado primarista entre su razón y su corazón, cuando en el mundo se vió aterrada la conmiseración dentro del suburbio casi clandestino y tan real como tan suave el delirio el de saber que estaría como princesa de un cuento sin acabar, cuando en el mañana se vió aterrada la vida y más el deseo de ver el siniestro cálido, dentro del mismo cinismo entre ella, Annette y su terrible corazón, cuando en el coraje del imperio se vió horrorizada de espantos nocturnos, en que el destino fue y será, como el mismo imperio desafiante y tan delirante como el haber sido como el mismo desafío en descifrar el dilema mal versado y en vesania tortura cuando en el instinto corrió en ser como el primer y único amor, de ella, de Annette. Dejando claro y en una misiva de que quizás regresaría a ella, cuando la única opción de que regresaría con algunas personas adicionales. Ella, se extrañó por ello, pero, fue feliz la muchacha de ojos castaños, cuando su sentido fue y será, como un nuevo día, dentro del instante en que se debatió una sorpresa en que el instinto corre como el mismo tiempo. Cuando ella, Annette se ríe de esa carta, pues, era una más u otra más, en que el destino convida una extraña manera de esperar lo inesperado. Y era el eco entre el viento gélido, cuando en el ocaso frío e inerte como el ademán tan frío y álgido, se ofreció como el mismo deseo de ver en el cielo una tormenta, la cual, era como el mismo desastre en ver el cielo de tormenta. Cuando en el embarco del navío, él, Raúl del Toro, supo algo, de que su regreso tardaría un rumbo nuevo y un destino tan trascendental como la primera vez en que se debatía a un naufragio. Cuando en el delirio se aferró todo y de una vez y por todas de que el navío fue y será como el mismo desierto mágico en que se entrega a las dunas tan heladas de ese desierto, pero, no, si aún estaba como en el paraíso destrozando su forma de ver el cielo en ese mar prohibido y tan perdido. Cuando en el ocaso se dió como el mismo pasaje vivido, pues, si embarcó como la primera vez, en que cruzó el mar buscando libertad y más un cruce veraniego entre él y ese mar perdido. Cuando su embarcación no quedó a la deriva, sucumbiendo en un sólo trance y tan verdadero como el mismo desafío en que se pierde el destino y tan frío. Si como el mismo desafío en que se obtiene un refrán de su boca, sólo se dió una mala intemperie, de un laborioso trabajo en que se dedica una fuerza en espelunca sin la concavidad de un siniestro y tan cálido como el desdén de lo inseguro. Cuando en el tiempo, sólo en el ocaso se derritió como hoja al viento y con el sol siniestro, dentro de aquel ocaso invernal. Cuando ocurrió lo peor de que el cinismo venía y llegaba en ebriedades de Annette con la botella fría y por delante un alcohol embriagante. Cuando en el ocaso salió un sol, que dentro del siniestro más cálido, se aferró dentro del imperio inerte y transparente del cielo azul. Cuando en el instante se dió como hoja al viento, o como el mismo parecer dentro del ocaso frío. Cuando a Annette se le amargaron más las lágrimas y el ocaso con una fuerte lluvia en que el tiempo y el ocaso fue muerto como el mismo final entre Annette y Raúl del Toro. Cuando el instante se dió como el mismo paraíso dador del tiempo y del ocaso frío. En que sólo el desafío es como lo fuerte de un capricho y tan desnudo como el mismo siniestro de un fuego tan clandestino y devorador como lo fue la hoguera entre los dos, entre Raúl del Toro y Annette, cuando en el corazón se enfrió el más único desastre en salvaguardar lo que más irrumpió en el camino a su amor eterno. Si fue como lo más grande en el camino frío y tan cuidadoso como lo que más quiso en el destino frío. Cuando en el desierto se tomó o se bebió como un tormento frío, en que las dunas volaron con un levante fantasioso fraguando en el camino un mal en desastre cuando se vió atormentada y frívola, y tan álgida, como el eco entre el viento gélido. 

Cuando Raúl del Toro se fue dejando un rastro imperceptible, abstracto, pero, indeleble, fue cuando su forma de amar enamoró a Annette. Cuando el rumbo automatizó más la espera y tan inesperada de Annette por él. Cuando en el silencio mató lo que tenía por dentro, y era un suburbio ahogando lo que poseía en el interior de su corazón un sólo latir en el mismo corazón, cuando esa epístola sólo quiso en ser certeza ambigüa y continua como el ademán tan frío que dejaba el álgido tiempo por esa espera tan inesperada. Cuando en el ocaso se ofreció como el mismo imperio desafiando lo inesperado. Y la misiva, ¡ay, de la misiva!, que le decía a ella a Annette que regresaría muy pronto después de tomar rumbo incierto en el navío y en la embarcación que tomaba con rumbo abierto hacia el mar perdido. Cuando él, Raúl del Toro, fue y será el amor de Annette. Cuando su embarcación llega a puerto seguro, sólo se sintió como la misma fuerza en espelunca desafiando lo que más cóncavo es el hueco en el corazón, destrozando a la vida y más el corazón de Annette esperando por su eterno amor. Cuando el tiempo, sólo debió en ser como las horas más perdidas entre el ocaso desértico y más por el tiempo sin destino ni un camino pernicioso. Y tan funesto fue el aciago el instante cuando en el alma, sólo en el alma, se enfrió el amor en el corazón debatiendo una sola espera en que el reflejo de luz se sintiera como el suave desenlace final cuando el tiempo, sólo en el tiempo, se cuece como bondad siniestro y cálido, como el sol en el amanecer cuando en el tiempo, se cree que el frío fue como el mismo eco entre el viento gélido, cuando fue el latir del corazón de Annette en sabiendas de que su amor no volvería jamás. 

Y ella, Annette, en la puerta del balcón de su hogar esperando lo inesperado ebria y totalmente sórdida y con una punzante la daga y sin adarga en el corazón, cuando el frío le arropó el alma en cuestión de un sólo minuto. Y creyó que fue lo que más deseó el alma sin la luz del instante, cuando en el alma se debatió el frío constante y cínico como el eco entre el viento gélido. Y sopló el momento en que el silbido silenció el alma dejando una inerte luz en el tiempo, y más en el ocaso muerto de sol. Cuando en el interno interior del desafío y lo vacuo que ella decía y que se expresaba como se debía a que el instante decidiera como el mismo ocaso muerto llegando la fría noche en que el desierto permitía en su mente fraguar un invento de que Raúl del Toro regresaría a ella, a Annette. Y Annette, en la puerta del balcón de madera vieja y obsoleta, cuando en el imperio de su estancia sólo se debía de edificar un torrente de lluvia en sus propias lágrimas de dolor, y de una pena tan real, pero, tan inocua. Cuando en el instante en que el deseo se dió como la misma certeza si se abrió el alma con tenue luz y tan opaco relámpago cuando en el cielo fue el torrente de lluvia en el interior. Cuando en el instante se abrió como el nuevo deseo de Annette cuando sólo deseaba en que llegara el mal final entre lo que esperaba ella, en que nunca regresaría a ella su amor eterno Raúl del Toro. Cuando en el interno interior sólo se debía de cosechar la forma más imprudente de ver el cielo con sol cuando era de eterna lluvia. Y sí, la misiva decía la pura e impoluta verdad, de que regresaba él, Raúl del Toro, hacia el mismo lugar donde la había dejado sola y abandonada, dejando un sólo suburbio en el mismo solo corazón. Y lo amó intensamente debatiendo el corazón en un sólo coraje sin salvación. Cuando en el interior y tan interno se sabía que el desafío era tan inherente como el mismo sol sin decadencia. Cuando en el mismo desenlace final se hacía como el mismo imperio de la luz entre sus ojos y el eco entre el viento gélido, cuando en el frío se dedicó en ser sin conciencia, sin debatir el pensamiento frío en que el viento era álgido como su aliento que exhalaba desde su boca desértica. Cuando en el veneno de su corazón se entristeció en demasiada vil y tan irremediable espera y tan inesperada espera sin cosechar lo bueno en el corazón cuando siempre era tan malo como el haber sido el respaldo de Rosita, su vecina, pero, no fue suficiente su ayuda. Si Annette intensificó su dolor a consecuencia del mal desafío cuando en sus ojos cayó el dolor con lágrimas ubérrimas y de ópimo alcance. Si ella, amó a Raúl del Toro, cuando en el albergue de su cometido se aferró al siniestro cálido entristeciendo más a su corazón que a su alma fría. Cuando en los celos del distanciamiento entre ellos dos, se aferró el dolor y más la magia del destino y del camino junto al desierto trascendental, cuando en el alma se dió una luz transparente e inocua luz. Sin completar el camino lleno de pasajes vividos y más en el desierto fraguado entre lo más perdido en su pobre corazón si en el alma se dió lo más imprudente del camino perdido. Y era ella, Annette la que en el corazón sentía un desenlace final terrible y más cruel en el desierto inventado por ella misma. Cuando en el alma se creció una fuerza inevitable evitando lo que más se cuece en el camino dañino e inocuo donde el perecer se electrizó como la forma más evidente en creer y la misiva, ¡ay, de la  misiva!, y ella, ebria de dolor inconsecuente cuando su pena le dolía más en el alma y tan fría como el eco entre el viento gélido en que ella sólo lo sentía así. Cuando el dolor se hizo como el tormento veraniego de un sol en el mismo invierno. Y ella, pero, ella ebria de dolor y más de un alcohol, perenne de pena y de dolor atrayente de malos sabores. Cuando la misiva, ¡ay, de la misiva!, ella creyó que era una falsedad, unas letras y unas palabras tan falsas. Cuando en el desenfreno nefasto de un tiempo, sólo de un tiempo, se edificó su forma de llorar y de lágrimas acérrimas y de un dolor en que ella lo sentía como el dolor más perenne y suficiente.

Cuando Annette en la puerta del balcón de madera se vió aterrada por la espera y tan inesperada de solventar la carencia entre el desafío inocuo, y de un dolor perenne se debió de identificar como el frío o como el eco entre el viento gélido en su propio sentir del corazón a solas sintiendo el suave desenlace como la misma pena entre el frío gélido de su propio corazón. Si Annette sólo veía llegar a Raúl del Toro, en contra de su eterna voluntad por ser un navegante de un navío frívolo y de una embarcación donde pereció la vida a cuestas del naufragio perdido sin llegar a puerto seguro y murió, Raúl del Toro, en el cumplimiento del deber como un navegante de esa triste embarcación. Cuando él, Raúl del Toro, se vió aferrado y más aterrado por haber muerto a consecuencia del navío. Cuando en el desastre de la mente de ella, de Annette vió llegar sorprendentemente y que llegaría como la misma misiva se lo decía, a ella, a Annette, y lo vió llegar y regresar, a su amor perdido cuando ebria y de una embriaguez entre sus venas y por un alcohol efervescente vió llegar a Raúl del Toro y con familia. Ella, Annette, lo vió tan claro y tan prudente como el “delirium tremens”, en que ella poseía entre sus venas más efervescentes. Cuando en la puerta del balcón de ese balcón de madera yacía ella, Annette, ebria de dolor y de pena tan cruel como el ir y venir de un ocaso en invierno frío, cuando ella, sólo ella, sabía de la misiva. Y ella, lo vé, y era Annette, la que un día le regaló amor y dulzura e ingenuo amor como lo inocente y puro del amor en el corazón, pero, cayó en redención cuando su latir fue y será como las campanas repicando en el eco entre el viento gélido de ese invierno, cuando ella, Annette, vió llegar a Raúl del Toro, y más con familia, cuando el “deliriums tremens”, le dijo en la misiva y en su terca ebriedad de que sí regresaría, Raúl del Toro, y sí, que regresó a ella, a Annette. 



FIN