Aciago como el cuervo negro
en la blancura de las salitreras
me sumerjo en los últimos
perfumes de los gladíolos,
allí, las hojas postreras de los abedules,
así fueran las bacantes oscuras
me arrojaron al nicho espurio
de la sífilis
donde las niñas tristes del llanto
son sepultadas
para mayor gloria de Osiris.