Quedé encallado en fiebre,
en todo lo ancho de la noche,
en esa línea preñada
de doble fuego que dejó tu amor;
¡Nadie sabía!
Perdidos en los rincones nupciales
en que se descalzaban
nuestras sombras.
¡Nadie nos veía!
Quedé mirando la ventana, estancado
entre sombras mayores
y turbias bondades
y todas esas cosas que empluman el silencio;
¡Como si no supiera!
¡Que ya no hay mañana!
¡Ya no volverás!
¡Tú no has nacido ayer, pero has nacido siempre!
Y miro mucho. Miro con inocencia,
como esperando en la lluvia tu rostro
y en la flor que arrastra el viento
los gestos de tu cuerpo.
¡En esta intemperie yo muero..!
Me oculto en la noche,
oliendo un recuerdo que pesa y aplasta,
enredado a una brizna
que dejó tu mano al escribir tanto
en mi memoria;
Me escondo en la noche, a la una de mañana
cuando se hace más profunda,
como boca de lobo,
del lobo de mi ingratitud.
En esta soledad caliente y sudorosa
¡Siento frío, mucho frío!
Siento en la tierra toda la pureza dulce
de las bocas que empapan
de ternura el corazón.