Versatus

Fenomenología del descenso

\"Todo forma paso\" 

        -Henri Michaux

 

Era fosa común en las noches de verano 

el espejo del miedo se hacia visible;

estábamos en una cripta,

una fría, encalada y meridional cripta, muy blanca;

repetimos: era poso común en las noches de Esparta

los fulgores del miedo,

del \"obsesivo faro del miedo\", primero, como en todos los casos,

era sólo, nuestra imaginación, 

sirenas en la madrugada zambulléndose vizcosas en pleno

hemisferio donde florecen las ganas,

magentas,

y ladridos,

los infatigables ladridos de los lumpen perros de Esparta,

después, susurros, gemidos tras los postes,

algo en los semáforos, alguien o nadie

lo mismo, por los intersticios,

los umbrales,

todo el camuflaje de los soplones de Esparta;

ascuas, hermanos, neones, magros fulgurando no se sabe bien

para quienes,

desde dónde,

bajo el viejo puente oxidado con pinturas acrílicas y legado olvidado

el rio va pasando de las calles terminales,

después venía el profundo, cartilaginoso,

el ventral miedo;

nuestros cuerpos ya se habian recogido en esta prenatal cripta,

en este suburbio del deseo,

nuestros cuerpos se habían recogido en esos calambres

prefiguadores de la muerte,

ya se nos había hecho profunda, vertical

la parálisis del sueño:

alguien revolvía los huesos en la fosa común,

la fosa era alumbrada por la luz plana de los reflectores,

desde una sala de proyecciones del otro mundo

pasaron una película que decía causar miedo

enraizado en terror lúgubre,

como un tren fantasma, así tan falso:

había una pantalla del deseo una niña esclavizada,

casi niña impúber y transparente, 

había en la pantalla del miedo una desencadenada puta vieja,

espesa y desdentada;

me habías dicho la niña era la que no tuvimos,

que no teníamos,

que no tendremos,

una niña feroz, 

lactante,

mirándonos desde su ausencia a nosotros, 

sus grandes ausentes,

la puta era la vida que nos parió en su desdeñosa 

memoria confundida en ganas, abajo o calle arriba,

era una recién parida reclamándonos su leche,

(Yo no sabia dónde poner los ojos si se vive nada más

que de porfía, si mañana... ahora la mirada se me ahogaba entre las

cristalinas riquezas de las rocas, las perlas, el nácar, el interior tornasolado

de las conchas, todo eso que me recordaba, blancura, la leche)

Ella era en la pantalla ensombrecida una casi niña

pronunciando la palabra mágica,

leche, 

su leche que no le podíamos dar.

¿Cómo atravesar la travesía impensable desde la cripta

al fuego, desde la parálisis a la azul del gas, 

desde el vacío a las sirenas de la madrugada y los primeros

asaltos de la luz? 

(asfalto, asfalto, petróleo, ASFAlto)

Pero todo transcurrría en una cripta, blanca, fría, cal,

en lo más meridional del amanecer y el sueño,

en las autopistas azulinas del sueño a la vigilia,

en los charcos rojos de la vigilia al terror,

en los senderos verticales del temor a la mordaza,

hacia abajo,

mar,

a lo más profundo,

cenagoso,

poso,

ya sin ojos para afuera,

abajo,

bajo vientre,

así lastrados,

muy lastrados.