gaspar jover polo

EN LA BATALLA DE BORODINO

 

EN LA BATALLA DE BORODINO

 

Habían llegado al mismo tiempo el ejército ruso y el de Naponleón sobre un pasto un tanto mustio y con algo de polvo, pero regado de forma continua por frecuentes manantiales. Y habían dormido aquella noche dentro de las tiendas de campaña, por lo que ya estaban allí muy tremprano con sus armas a punto, con sus hogueras, sobre un panorama surtido de colinas y de hondonadas.

 

 

Era un día de sol alegre y decidido,

omnipresente, no tenía que romper y atravesar las nubes,

y era también de una brisa tibia, un tanto húmeda,

que ascendía por la ladera

hasta alcanzar la posición de los franceses.

Era un aire no contaminado, de los antiguos y frescos,

con una brisa ligera que acariciaba

las manos y las caras de los soldados,

muy delgada y nada hiriente.

Y algunos regueros que cruzaban el tapiz verde del prado

sobre el que se asentaban los aparatosos cañones.

Resplandecieron al fondo algunos grupos de árboles

que no llegaban a bosque,

una vez se hubo disuelto la niebla de la mañana.

Los soldados se miraron a los ojos un momento,

frente a frente, poco antes de calar la bayoneta,

con el pulso acelerado y con los ojos febriles.

Despiertos por la descomunal evidencia.

 

Nada que temer por el lado del viento, de la atmófera tibia,

ni vendaval ni borrasca,

sino más bien lo contrario,

plenitud y calma chicha;

y el calorcillo de los últimos días del verano

bajo el largo cielo sin nubes.

Tal vez, si acaso, una nubecita naranja

que se veía a lo lejos

y que podía crecer y a pasar,

con toda probablilidad, al gris oscuro,

hacia mitad de la tarde.

Y, luego, al negro corriente.

 

 

Gaspar Jover Polo