Hollaré el tiempo, reescribiré
desde el alba hasta el atardecer
lo que se encierra en el enigma
del acíbar de mis duras penas.
Cielo, sé mi nuncio, di a mi amado
que mi pecho sangra por su amor,
es el vacío acuoso de su ausencia
que me anega en la incertidumbre.
De talante parsimonioso es su andar,
dos luceros son sus ojos, adornados
por un racimo de perlas incrustadas
en lianas de un fascinante rojo granate.
Entre recuerdos y nostalgias se vacían
las horas, dejan aletargada la memoria
y persiste el extraño aroma de su piel,
sus labios han dejado pura miel de hiel.