qué tristeza cuado perdiste la inmortalidad
cuando todo lo divino que había en tí
se desprendió como coraza oxidada
y sin quererlo, me devolviste al barro
dónde quedó la eternidad en los pensamientos
en las veces que creía morir y renacer en una idea
cuando todo se transfiguraba y emanaba su esencia
más allá de mis sentidos y del tiempo
Qué fatalidad la soberbia Atenea en su templo
desmoronándose en grandes bloques de mármol
cayendo en la nave vacía
en el adviento del fin de una era
No te quiero acompañar a lo alto de la colina
ni contemplar las ruinas de lo indestructible
quiero pensar que existe todavía lo sagrado
que los bosques están intactos y tú dormida en la hierba