Yo olfateé las horas y olía el tiempo a tu voz.
Sabían a lluvia tus huellas sobre el fango de la aurora
y a humo de cigarro el aire.
No había óxido en mis ojos
ni ese hedor a manzana que expiden los corazones,
ni parecía envejecido tu rostro.
Como todo el que ama
no tenía más que armar la ilusión de tu regreso,
cantar a solas mi locura
y llorar,
con una biblia entre mis manos.
Yo veía en cada sombra tu llegada,
como todos los hombres que huelen voces en el tiempo
y buscan huellas,
en el lodo de una mañana.