Un grandioso rosetón
te ilumina todo el rostro,
y dos preciosos vitrales
son las niñas de tus ojos.
Las imponentes paredes,
el perfil de tu contorno,
y tus pechos son las torres
a las que escalo gozoso.
Tu cuerpo es la catedral
donde escondes un tesoro,
que ocultas bajo el altar
custodiado en cáliz de oro.
He hallado mi santo grial,
el enigma misterioso
que habita en el santuario
de tus secretos más hondos.
Es música celestial
cada gemido sonoro
del órgano musical
que con mis yemas yo toco.
Placentera sinfonía
que palpita desde el coro,
estremeciéndome el alma
y erizándome los poros.
Y es tu apariencia un retablo
todo colmado de adornos,
tallado con filigranas
de un excelente barroco.
Y tu imagen las pinturas
que cubren muros gloriosos,
cuadros, lienzos y retratos,
y el estuco del cimborrio.
Eres el templo al que acudo,
dócil, postrado de hinojos,
adorando la escultura
a la que tengo en un trono.