Las campanillas,
coquetas, se asomaban
a saludarte.
Y tú volabas,
pasabas sobre ellas,
acariciándolas.
Eran muy blancas,
quizás inmaculadas
y hasta inocentes.
¡Qué bella estampa
surgida de la mente
de algún poeta!
Quizás del Dios
que crea el universo
para los niños.
Y es que los sueños
se mezclan con la magia
y son eternos.
Pero tu encanto,
mi linda mariposa,
es especial.
Las campanillas,
los niños y los dioses
lo reconocen.
Y yo te miro,
te busco en la distancia
y te hago mía.
Rafael Sánchez Ortega ©
18/08/20