Y gentes y lapiceros
que hierven en la marmita
doradas a base de fuego calamitoso
en formación de desorientadas lenguas
comunicándose únicamente mediante
un esfuerzo terrible de venas y poleas ardientes
sucumbiendo a las últimas horas del ocaso
donde se realizan los sueños inútiles
y transmutan las velocidades de los insectos.
Lienzos de opalina emiten su bocado de nostalgia
contra hierros de abundantes trigos, y en la distancia,
un permisivo guardia jurado roe los intestinos
de alguna rata. Son instantes para el caleidoscopio
divino, en que las lenguas son ubicadas en el don
exacto de proferir grititos, y se aniquilan
las voces contra el efímero fondo de la noche.
Un barco puede parecer un roble
pero ese roble jamás se hará eremita nocturno.
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