Ella, en su pedestal, acaricia el azul cielo,
sobre Álamo desnudo de hojas caducas,
junto al Ciprés ascendente y perenne,
espera un volver a revivir, con anhelo.
Ella que al Álamo le entrega
el ocaso de su existencia declinada
y de ocres ajados rodeada,
del árbol madre, la sabia, no le llega.
Del norte gélido, un ventoso azote,
cortante, hiriente, le hace temblar
la frágil base de su sustento y empieza a helar,
contra su voluntad, provoca su rebote.
En su lenta y revuelta caída
de sus compañeras perennes, despide,
y de ella el Mirlo, que no se olvide,
revoloteando por el viento, en agitada despedida.
Adiós Mirlo querido, por tus ratos inolvidables
por tus canticos de primavera a otoño
por tus juegos y emociones volátiles
Revolotea hacia la tierra, en fútil retorno
en que se transformara en materia,
de nuevo, a servir de soporte del entorno.
Cerca ya del suelo, un remolino la enviste,
vuelve a ascender su vuelo,
ella no quiera perecer y resiste.
Otro remolino, da con sus restos al suelo
se arremolina con sus antiguas hermanas
y observa; del Mirlo, una lágrima de consuelo…