Hay días que nos sentimos alicaídos...
Envergados en el respirar, como si cada partícula del aire atmosférico estuviera sobrecargado en metales pesados, para aplastarnos antes de espirar. Apesadumbrados, como cardúmenes perdidos en las corrientes de la mar en otoño, sentimos un aciago destino, como almas aprisionadas de forma perpetua en cárceles hechas por hombres. Acongojado sin saber si llegará a cumplir todos los años impuestos por sus transgresiones. Arrepentido y atribulado, logra entender que aquel joven de ayer que un día ha sido, ha dejado de existir. Y en el invierno de hoy solo queda de aquel voraz joven, un anciano de sufridas canas y ojos mojados, por las lluvias de sus amargos recuerdos y añoranzas, que deslizan sobre el mapa de arrugas brotadas en su rostro, por todo lo que ha podido ser y nunca ha sido, privado de libertad, por los arrebatos pasionales de su juventud. Hay día que nos sentimos tristes y anhelamos estar en los regazos de una madre, alimentándonos en sus senos protector, donde nos arrulla y nos hace soñar, los sueños que ellas tiene para nosotros...