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La música que trajo al mundo

    Volaron sensaciones en mi piel de tierra para ver los reinos de la no palabra, donde los sueños bailan y se aman. Encontré, sin saber, el tronco de mi alma.   No había lugar para los cielos oscurecidos, ni para las mentes retorcidas en el tiempo,  no había lugar mas que para la no palabra. Los hombres portan su Sol sin altura.   La no palabra o música sin pies. Su Sol derramó las aguas invisibles de su luz que sustenta la locura, esa locura reposando en mi palabra.   Fueron ciegos mis pasos, mi mente creyó en los lazos entre el futuro y el ayer. Hace cero años que escribo hoy.   Mis lágrimas abrieron los verdes cerrojos, se me presentaron las dimensiones, acabaron las estructuras en los pozos donde antaño a mi vida vitalicé.   La verde mujer me amamantó con su seno de infinito líquido, no tuve que mamar, sólo dejar que cayeran las hojas del otoño.   Cuando la piel rígida de mis lamentos cayó al pasado, roído por muchos, mis ojos comieron de las formas me desnudé ante los ojos del todo.   Creyendo los cuentos de hadas, bailé en la pista de la noche, y cuando el día me trajo a la vida, dejé yo el sustento a mi pecho caer,   El Sol mató a las sombras cuando su luz brilló en mi ojo, enlagrimado por la pared plana que antaño creció a mi lado.   Esa pared me abrió para cerrarme, crucifiqué mis ojos apuntando dentro, y la luz del todo en mí volvió, volvió para hacer caer la pluma en mí.   Los que su corazón no matan con el filo de las estáticas razones saben de mi todo escurrido de nada, allá donde aquí es igual.   El más ostentoso camino al dinero y a las cosas donde los heridos van iba yo con el Sol de mi dedo, así llegué al camino salido del cuento.   El cuento salido de las plumas de las neuronas castas y dóciles, las que sin hacer caso de emociones saltan y se pelean por efímera guerra.   Encontré las notas de la danza sin paso y las verdes ramas crearon el telón, ese hecho de lluvia, que no se cierra y a las entrañas da furor.   Cuando el baile me evaporó al cielo mi razón se hizo otoño, mi sangre de vida se nutrió y cayeron mis reflejos del carbón.   El carbón de las cenizas arcaicas, caídas de mis ilusiones flotantes, hizo brotar mi reflejo sonriente para que yo perfeccionara mi danzar.   Dolió el reflejo, aún duelen sus aguas, pero su luz sabia baña mi alma. Su oscuridad, por mí narrada, abre la realidad en mi frente.   Así nace en mí el sueño del sueño, mi pupila ve su forma de soñar, se acaba el pasado preliminar, duerme el sueño en su realidad.   Oigo y celebro el majestuoso silencio, y cuando no estoy en su vuelo  hago ruido celebrando su pareja, los opuestos que crecen. ¿Y mi amada?   La música expandida hasta esta pluma, hasta los puntos del espacio sideral, hasta la belleza y su forma, los horrores dichos horrores, la palabra y la no palabra.   La música que nos trajo no tiene músico detrás, no hay letra ni partitura, sólo esencia, nada más.   ARA