El espíritu celeste me miró, recorrió mi alma de palmo a palmo con el rabillo del ojo y noté en su semblante que mis pies llenos de alquitrán le fastidiaban. La dulzura que siempre me mostró se convirtió en el más fino sentimiento de animadversión; del ángel que un día fui solo queda un vano recuerdo, ahora mi presencia es llamada abominación. El abrió sus pulcras alas blancas y se elevó para observar mis repulsivas alas negras decoloradas y chamuscada por el fuego, desde arriba dejó caer todo su odio sobre mi. Grité con todas mis fuerzas pero sin arrepentirme, miré mis manos manchadas de venganza y un suspiro se escapó de mi pecho.
-Quédate con el viento y el agua que yo estaré bien con la tierra y el fuego.
El se marchó y yo me quedé.
Paulina Dix.