Me embeleso en el obituario de tu léxico,
me embriago del elixir de los sudores de tu piel,
me arrebata el enigmático talud que hay en tu pecho,
me transporta la magia del suspiro desgarrado de tu verso,
violento, corrosivo y lenguaraz.
Me deslumbra la negra obsidiana de tu verbo
y descarriado acudo al cadalso del efluvio de tu sexo.
Me asomo a la atalaya del alféizar del deseo,
a la densa atmósfera del febril concubinato,
al umbral del egregio candil
que ilumina la dermis imantada de tu cuerpo.
Enloquezco por frecuentar cada quicio veleidoso
del proverbio atormentado de tus senos,
la barbacana esculpida en el contorno de tu término,
deliro por robar el huracán reposado de tu aliento
y lamer la fragua de tus labios tan obscenos.
Y extasiado del flamígero desafío de tu mente,
arrobado, enajenado, lunático, excitado…,
pugno por descubrir el audaz reto
de inmiscuirme en el espíritu tribal de tus humores,
en el caótico rosal que adorna abierto
el pubis palpitante y erizado
carente del pudor, del remilgo, y de su vello.