Llegas niña
con el ruido de los ancestros
de aquel frío y aquella ciudad
alta como las aves.
Trabajo me costó comprender
que eras tú de carne y hueso,
sin Facebook,
sin Instagram,
sin redes sociales,
apenas conmovida
por los colores de las casas
o las calles sin asfalto
por la que tantas veces
deslizamos nuestra carriola de madera.
Eras tú,
perdida entre las sombras
de la prosperidad y sus secuelas,
que volvías o partías
con tus manos
llenas de aurora
y no de quimeras.
Eras tú,
ya sin internet
y sin la imagen
que el teléfono congela.
Eras tú
y tu nombre
y tu rostro
derribando las paredes
de mi puerta.
Eras tú
volviendo a mi nada
desde el todo
en que ahora
te encuentras.
Eras tú
y tu voz
y tus playas.
Eras tú
y el rincón
de tus piernas.
Eras tú
y el café
en la mañana.
Tú niña
y el dolor
de tus huellas…