Sé que entre
tú y yo
hay estas miradas
que no entendemos,
tres filas de mesas
y es extraño.
Atrapado, yo, en esta selva de ojeras,
sólo sé que es extraño
como un grito de ojos
o jugar al escondite con los párpados.
Después está ese instante
donde nos acercamos
a través de un pasillo de sillas ocupadas
por abrigos blancos
que proyectan una canción:
“I am the only one now
you may not be around”,
hasta que una sonrisa aparece
y parte mi espalda en dos infinitos.
De repente soy este temblor que ves
y la sonrisa es todo:
es el espejo de la entrada
donde están tocando el piano,
es ese abrigo blanco apagado
encima de la cama, encima de la lámpara,
el que lleva puesto todo el mundo,
ese puto abrigo blanco.
Pero creo que no nos acercamos,
aunque sí sonó la música en algún lugar,
y quizá la oímos
y venía de una habitación de hotel
poco iluminada y sucia
donde hacían el amor dos sombras mendigas
viejas y cansadas.
Al menos así fue de noche
y será también cuando sea de día,
y, joder, me temo que será cada día
como una locura de dioses extraños.
No, no nos movimos.
El aire fue inmutable y quedo.
El mirar estático.
Pero, sí vivió la música…
¿Verdad?