A merced de las alimañas.
Me siento.
Como aquel Filoctetes que fue abandonado.
Desamparado porque sus hermanos de guerra
no pudieron contener el hedor de sus heridas.
Fue una serpiente, no él.
No se merecía desde ningún punto el nihilismo
del desapego, del descrédito...
No había ungúento aún hallado que resarciera
al camarada del escarnio, del abajamiento
que respirar ese efluvio supusiera a su pituita.
Tuvo que ser abandonado, sí, como yo lo fui.
Pero tuvieron que inclinar la cerviz,
ante el cariz de los acontecimientos.
Filoctetes era líder y jefe.
Fue una serpiente, no Hera él, fue Hera
quién la mandó como recompensa,
Filoctetes ayudó a Heracles en sus doce
trabajos, Hera era celosa, no pudo contener...
Lo cargaron a hombros como a su pariente
en mitologías —Anquises— y lo depositaron
con honores sobre la cubierta de su barco,
—a la fuerza ahorcan, dice el proverbio—
e Ilión y sus murallas necesitaban de su llave.
Así es la voluntad, que mueve montañas
y remueve pituitarias.