Amanecer nueve
Como te extraño mi bella durmiente.
La noche fué larga y no tomé descanso,
te presentí en todo momento.
Como borrar de mi mente esa costumbre,
de despertar a mirar si estabas bien,
fueron tantas noches, que hoy, se me antojan pocas
y quisiera al menos una más.
Me sentí inmensamente solo, débil, casi inútil,
con la estupidez espléndidamente acomodada en mi.
Nadie imagina como en este tiempo,
nos volvimos una especie de ser mitológico...
de dos cabezas y un solo cuerpo, el tuyo.
Siempre juntos, siempre de acuerdo,
buscábamos nuestras coincidencias ,
nunca las diferencias y cuando las hubo...
la miradita de niña mimada...
siempre me convenció.
De haber sabido que te ibas a enfermar,
te hubiera guardado en el cofre al final del arco iris,
al que nadie logra llegar,
con la esperanza que nada te pudiera dañar.
Vivimos intensamente mientras pudimos, por salud,
quedan muchas cosas por hacer,
pocas por decir, a diario te las dije,
con habilidad de encantador
y te reías... y me mirabas... y te aferrabas a mi.
Nadie podrá entender esta comunión de ocho años.
Hicimos las cosas que nadie hace
y evitamos las que hacen común a las parejas.
Por eso, por la vida que me diste,
porque a pesar de tu alma rota,
remendaste la mía con habilidad orfebre.
Gracias, mi Morita.
Podré derramar mares por mis ojos,
pero jamás se borrarán los ecos de las sonrisas tuyas
y tu sonrojada frase: lo que se te ocurre, mi amor.
La mejor ocurrencia fué mezclar nuestras esencias
y lograr el elixir de la simple felicidad,
lo bebimos a sorbos cortos,
como a los mojitos...
que nos embriagaron de amor.
Ron Alphonso
3 de enero 2021