Alonso Quijano, ya investido Quijote,
decidió —tal como leyó en los libros de
caballería— dejar a su caballo como timón
y viento para que las aventuras fueran
mayormente.
Estoy borracho, borracho de atar.
Salgo del bar a la imtemperie,
es casi de día, la música y la conversación
me enrolaron en las filas de la crápula.
Sigo borracho y abandono, salgo.
Un viento sobre la espalda me conduce,
me aconseja una calle cuando prefiero otra,
me ofrece café para espabilar ideas
y conceptos, filosofías sapienciales
y demás botaratadas.
Hablo conmigo mismo, soy mi interlocutor
preferido —entre disputaciones y circunloquios
sigo andando donde ese viento quiere—
He dejado de tener voluntad de un tiempo
a esta parte.
Los más puristas me decían —hace tiempo
me pidieron que por favor les dejara en paz—
que lo que doy a publicar ni es poesía ni nada
que se le asome; yo sin embargo sigo andando...
Parece que mi casa se vislumbra en la próxima lontananza.
—por cierto, volviendo a los puristas de este sitio,
agradezco las Mercedes que algunos me dieron
y que recibí como granadas en un día de estío—
Echo mano a la llave —esto me pasa cuando tengo
muchas ganas de llegar y acostarme, o ver la tele,
u otro entretenimiento sin sustancia.
—quiero añadir, a propósito de los puristas, que
intenté aplicar bien los encabalgamientos, dándole
un sentido semiológico acorde a la almendra
del poema hasta que me aburrí de normas —sigo así
mi camino hasta que me acuesto——.
Abro la puerta de casa —en el portal de abajo me
despedí del viento que me empujaba, me dio su
móvil para quedar en otra borrachera— y cierro
el capítulo de mi diario.
Hasta mañana, aunque dios no quiera...