Lourdes Aguilar

“ILWIKOPA AMO AKAH WELIS KALAKIS, MONEKI KIPIYAS IYOLOTSIN KEMEH SE PILTSINTLI”

A las faldas de “la Malinche” hay un pueblo conocido por San Miguel Canoa, ahí los viejos todavía acostumbran contarles a sus nietos acerca de milagros celestiales, oigan ustedes lo que oí referir al más longevo;

“Los cerros de nuestra tierra están habitados por seres portentosos, son Dioses que se valen de almas puras para corregir la conducta de los hombres, era Juancho un niño puro, como el manantial que nace de la montaña, contaba a lo sumo con diez años, y aunque en otros mucho antes despertaba la malicia, él permanecía casto como un lirio; por esos tiempos azotaba sequía y pobreza en la región, mas eso no impedia que Juancho ayudara en las faenas con buen ánimo, por toda posesión contaba su familia con un par de bueyes para el trabajo que él mismo atendía conservándolos así siempre sanos y muy fuertes.

Cierto día que los llevó al arroyo a abrevar, quedó atónito al descubrir una criatura angelical peinándose en las orillas, su piel morena lucía suave y brillante como durazno al madurar, largos cabellos oscuros de azabache hasta la cintura le caían, su primoroso traje blanco, de complicados y coloridos diseños bordado hacían juego con su collar de piedras pulidas y una corona adornada con plumas delicadas, pero más delicado era su rostro, de ojos almendrados, nariz recta, pómulos elevados y carnosos labios perfectamente delineados, irradiaba tal majestad y encanto; que pensó Juancho que aquélla beldad nada tenía de terrena, mas por su mente inocente no pasó ningún pensamiento lujurioso ante tal prodigio de hermosura.

Con admiración sana se acercó curioso preguntándole quién era.

La doncella, con melodiosa voz contestó humildemente:

-Yo soy el alma que da vida a ésta montaña, he observado a tus bueyes y me gustaría verlos jalando de mi yunta.

-Pero patroncita, eso no es posible, mis padres con privaciones y trabajo los han comprado.

-Tan solo prestados te los pido, más adentro tengo un rancho donde nunca escasea el alimento y puedo pagarle bien a tu padre por el trabajo de sus bueyes.

-¿Un rancho dice patroncita? Pero si adentro está plagado de coyotes y sobrevuela el temible cacalome?

-Tan cierto es como que tú mismo me estás viendo, se cómo sufren de pobreza, si confías en mi no pasarán más hambre.

-Tengo miedo del enojo de mi padre, la reata moja cuando quiere castigar, pero si usted bien le paga seguramente aceptaría.

Era tal la simpatía del buen Juancho que con la confianza que se tiene a una hermana muy querida juntos jugaron entre risas y carreras, hasta que Juancho teniendo sed se agachó para beber del arroyo, pero al levantarse no encontró ya ni a la joven ni a los bueyes, corrió la orilla donde encontrara a la doncella pero de ella solo quedaban el peine y su vasija, ésta adornada en sus orillas con glifos desconocidos, entonces comprendió que sin pensarlo le había dado su consentimiento y se había ido con los bueyes, sin más remedio fue a su jacal para contar lo ocurrido, llevando vasija y peine como pruebas.

Pero el padre creyéndole descuidad lo golpeó enardecido y además por mentiroso clavó en su lengua gruesas espinas de maguey; no conforme con la tortura lo mandó al cerro buscar de nuevo los dos bueyes,sin importarle el peligro al que exponía a su hijo, él solo quería recuperar los animales. Desconsolado regresó Juancho en la noche sin hallar rastros de la joven ni los bueyes, el cruel padre nuevamente descargó en él toda su furia. Dos días sufrió Juancho injusto castigo, y al tercero nuevamente se hallaba inconsolable y adolorido en el arroyo, mas a su llanto y plegarias acudió la joven, al verla él la abrazó con fuerza contándole entre lágrimas su calvario, “no me cree, no me cree” le decía entre sollozos, ella conmovida curó toda herida con el solo roce de sus dedos y cargándolo en su espalda le ofreció llevarlo hasta su rancho.

Juancho vio con sorpresa como se adentraban en la vegetación hasta dar con una pared de piedra que atravesaron en un parpadeo, mostrando a sus maravillados ojos un portón antiguo que se abrió enseñando extensas plantaciones de maizales, manzanos, durazneros, perales, todos ellos cargados de jugosa fruta, corrales donde retozaban robustos ejemplares de ganado, gallinas, guajolotes, patos corriendo por doquier; la joven lo llevó a la casa principal, donde se mezclaban frescos aromas de hierbabuena, albahaca, romero y un sinfín de otras hierbas que diestras cocineras mezclaban para preparar verdaderos manjares con los cuales le agasajaron: probó champurrados, tamales y gorditas como nunca los había imaginado. Más tarde corrió por el campo, se trepó a los árboles desde donde podía contemplar a la gente limpia y fuerte hacer sus labores, prácticamente sin esfuerzo, como si nada ahí tuviera peso, como si la tierra ahí no manchara la ropa ni los cuerpos que libre de sudor desprendía jovialidad; el tiempo tampoco parecía existir pues se la pasaba preguntando acerca de plantas y animales que nunca había visto, todos ahí satisfacían sus dudas con gusto, parecían estar siempre felices, estaba tan fascinado que tardó mucho en acordarse de sus padres, entonces agradeció a la joven sus atenciones y le pidió permiso para llevar tortillas y frijoles a su casa, pues ese año la cosecha había sido muy escasa; ella amablemente le proveyó una generosa ración pidiéndole que contara libremente lo que había visto y si su padre no le creía lo citara al otro día para que ella misma lo atendiera, así muy contento, se alejó Juancho hasta el portón, y una vez traspasado se halló de nuevo en el arroyo.

A sus padres los desconcertó escucharle contar todo lo que disfrutó en ese rato transcurrido, porque ellos esperaban su regreso desde hacía tres días, más se sorprendieron aún al probar los frijoles tan tiernos y las tortillas suaves y calientes, como recién hechas, no habían forma de que Juancho pudiera haber conseguido tales provisiones ni mucho menos que tuvieran tal sazón, al revisar los recipientes pudieron observar que estaban grabados con los mismos glifos encontrados en la primera vasija. Aún así, el padre seguía dudando y decidió acudir al día a la cita; encontrándose ambos en el arroyo donde la joven ya los esperaba, al ver al padre, la joven le increpó severamente:

-Así que tú eres el padre orgulloso que castigó cruelmente la honestidad de tan buen hijo.

El hombre, molesto respondió:

-Es usted muy insolente al hablarle así a sus mayores, se ve que ha aprovechado lo bonita para seducir al niño y robar los bueyes.

Con firmeza, ella le respondió:

-Yo soy un instrumento y nunca me ha tocado la derrota, en cambio no has de ser tan buen juez si acostumbras abusar del indefenso, lo que vas a disfrutar es por gracia de tu hijo, cuya inocencia me ha conmovido, pues debes saber, hombre mal encarado que escrito está en náhuatl y en castellano: “al cielo nadie entra hasta que su alma haya transformado casta y pura como la de un niño”,tal es el significado de los glifos que hallaste en las vasijas.

Seguidamente subió a Juancho en su espalda, indicándole al padre que la siguiera, éste quedó aturdido al traspasar la roca y encontrar el portón, después del cual se abrió el maravilloso lugar que Juancho ya conocía, en la casa principal lo alimentaron hasta el hartazgo, la armonía, los perfumes, la gente, todo era tan increíble, pero por más preguntas que hacía ni los moradores ni la joven aceptaron despejar sus dudas, una vez saciado su apetito y después de llevarlo a recorrer el rancho, los citó nuevamente en ocho días para devolverles los bueyes y pagar el préstamo, así mismo le advirtió al padre que debía guardar el secreto y únicamente compartirlo con su esposa porque si lo hacía los perdería para siempre.

Una vez cumplido el plazo, ambos se presentaron al arroyo, Juancho alborozado, su padre codicioso y una vez de nuevo en el rancho, la joven los llevó hacia el granero para que llenaran dos costales con maíz blanco y amarillo; Juancho, admirado tomó solamente una mazorca exclamando:

-Padre mío, es tan hermosa que no quiero desgranarla.

-Deja eso chamaco estúpido, me averguenzas -le reprendió- si la patrona es tan rica ¿cómo se atreve pagarnos con comida?

-Estúpidos son los hombres –le contestó ella- que sólo piensan en riquezas, toda ésta bonanza que has disfrutado no existiría si se hubiera producido con vil dinero, puesto que desprecias las mazorcas sólo puedo ofrecerte el chinamite que el ganado pisotea en los corrales.

-El chinamite sólo sirve para quemar y hacer lumbre, pues si la patrona es tan tacaña entonces tomaré un buen atado.

-Malintzin es mi nombre y una oportunidad te doy de invocarme, si te arrepientes de tu pago.

Se despidió Juancho cariñoso, montado en uno de los bueyes, su padre salió refunfuñando con los brazos llenos de chinamite, pero entonces, al crujir del portón cayeron fajos de billetes en lugar de lo que antes era chinamite; al ver tal prodigio y pensando que entonces las mazorcas serían más valiosas llamó a gritos a Malintzin, ésta apareció de entre los pinos, tendiéndole tan sólo dos mazorcas y al ver su cara de desconcierto le explicó:

-Si hubieras tenido una pizca de esa humildad que rebosa en tu hijo ¿qué motivo tendrías para llamarme? Ahora que has visto cómo te engañaron tus sentidos egoístas deberás hacer dos baules del tamaño de tu hijo, en cada una meterás una vasija y adentro de ella una mazorca, durante nueve noches tu familia va rezar y tú de rodillas pedirás perdón sincero por tu mezquino proceder, por no haber creído en las palabras de tu hijo, conforme el corazón se te ablande así de proporcional será tu pago, por más ruido que oigas no deberás abrir ninguno de los baúles porque si lo haces no serás recompensado, además debes prometerme que lo que halles usarás para beneficio de tu pueblo.

Siguió el hombre fielmente las instrucciones recibidas, y mientras Juancho y su esposa oraban con fervor, él lloró arrepentido su crueldad, su testarudez, su incredulidad, su avaricia, la curiosidad era mucha, porque en las noches se oía tronar con fuerza el contenido de los baules, pero venía a su mente el rostro hermoso pero severo de Malintzin y lograba contenerse, así se cumplieron los nueve días y al amanecer del décimo los baúles se abrieron rebosantes: plata había en uno, oro en el otro. Así, una generación de progreso procuraron a Canoa padre e hijo de aquél legado.